—¿Por qué te escondes? —le preguntó a Lulo, que llevaba semanas tratando de ocultarse debajo de los muebles de la casa.
—No me escondo: intento que el líquido que se filtra por la gotera no me moje.
—Ya veo —comentó observando el techo y haciendo ademán de tocarlo. Pero cuando lo intentó, el líquido esquivó su mano.
—A ti no te va a mojar. Solamente me pasa a mí.
—¡Qué extraño!
—Lo es. Esté donde esté, de repente se abre una grieta en el techo y comienza a caer eso. Antiguamente salía un hongo, pero ahora mira qué sale.
—Una flor. Además es bonita —opinó.
—No, no lo es. No quiero que esté ahí.
—¿Has probado a poner un cubo debajo o a utilizar un sombrero-paraguas?
—Sí, lo hice.
—¿Y? ¿Qué ocurrió entonces?
—Rebotaba hasta llegar a mí.
—¡Eso es terrible! ¿También te pasa cuando estás al aire libre? Allí no hay techos ni paredes.
—Ya te he dicho que no importa donde esté: ¡me persigue! Se manifiesta una especie de nube justo donde estoy yo y termina mojándome. Imagínate la escena: estoy hablando con alguien o yendo a cualquier parte y… «¡Frus!»—suspiró.
—Dices que no te escondes pero a mí me parece que sí lo haces. Es como si esa gotera y tú tuvierais algo pendiente.
—No se trata de la gotera, sino de la flor. Es ella la que me molesta.
—En ese caso la solución es fácil, porque sólo tienes que esperar a que desaparezca —¿no ves que ya ha empezado a hacerlo?—. O puedes optar por ponerla en un jarrón.
Lulo salió de su escondite para ver si era cierto lo que decía, si estaba desapareciendo; y vio que era así. En aquel instante un sentimiento que no supo identificar le recorrió por completo. ¿Era eso lo que quería? ¿Realmente le molestaba la flor?
—¿Por qué está desapareciendo? —preguntó Lulo.
—Si una flor de techo te ve utilizar un sombrero-paraguas o no recibe una palabra de aliento, da por sentado que no hay espacio para ella allí. Es por eso que no muestra sus raíces y termina siendo reabsorbida por el tejado.
Sabía que si chasqueaba los dedos no volvería a verla, y sin embargo en vez de hacerlo, soportaba la gotera y protestaba.
En algunas ocasiones, cuando estaba solo y aún no había hecho aparición deseaba que se presenciara.
Cuando menos lo esperaba se descubría a sí mismo pensando en su flor.
Era como si la echara de menos.
Lulo se subió a la mesa y por primera vez, se dejó acariciar por el líquido que tanto había evitado. No era ácido como imaginó.
No resultaba amargo como creyó.
Después se puso de puntillas y con suavidad la arrancó del techo para ponerla en un macetero. Más tarde se fue a dormir con muchas dudas en mente: «¿Y si no es tal y como deseé que fuera?»
«¿He hecho bien poniéndola en el macetero o debería haberla dejado en el techo?»
«¿Qué hago yo con una flor?»
Incluso llegó a pensar que no era posible que existiera una aun teniéndola justo al lado.
Finalmente se vio vencido por el cansancio y tuvo sueños muy hermosos. Al día siguiente se despertó con una sonrisa; sin goteras ni nube alguna sobre la cabeza.
Observó el macetero y se sintió dichoso. Y es que si bien los momentos, las cosas y las situaciones nunca son tal y como deseamos que sean, también pueden terminar siendo algo tan mágico y tan parecido a una fantasía que merece la pena vivirlos.
A veces, sencillamente, hay que dejarse envolver por las goteras y creer en las flores de techo.
Si es frecuente que salgan hongos, ¿por qué no puede salir una flor?
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