El hada más triste de Luz de Luna

 
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Verdriet no había llorado nunca, ni siquiera cuando se caía o alguien la pellizcaba en el brazo. En lugar de eso, torcía la boca en un puchero, y todo el dolor iba a parar a su mirada, aunque solo lo sabía ella. La llevaron al galeno, asustados. ¡A ningún hada le pasa esto!, exclamaban. Tras verla, el galeno llegó a la conclusión de que solamente lloraría cuando fuera el momento, ni antes ni después; no había motivo para preocuparse. Y así pasaron los años.

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En Luz de Luna había alguien destinado a cada ser que habitaba allí. A veces ocurría que eran de reinos distintos, entonces una estrella fugaz aparecía, y en su resplandor acogía a una de las dos mitades para llevarla junto a la otra. Era un momento que se celebraba con regocijo, pues si bien el amor no era el único motivo de la vida allí, importaba muchísimo, de hecho, había muchos lemas relacionados con esto, no era como en el mundo de los humanos, en el que deben creer enamorarse varias veces para poder descubrir el verdadero diamante entre piedras opacas, o simplemente están con alguien para no sentirse solos. Incluso dejan que la persona a la que quieren se marche; por orgullo, rencor o miedo.

Verdriet miraba a su alrededor y veía que los árboles se difuminaban, como en un sueño. También lo hacían sus sentimientos, circulaban en forma de raíces a través de su cuerpo. ¿Alguna vez había compartido un latido? En el pasado lo había creído, como los humanos, ella también se había equivocado: primero se dejó llevar por la inconsciencia y después por la falsa ilusión. ¿Por qué le pasaba esto? ¿Por qué no podía ser como las demás hadas, que eran acogidas o trasladadas por estrellas?

Tantas veces había dormido en el alféizar de la ventana, esperando, que perdió la cuenta. Y solo ahora comprendía que tal vez no pertenecía a ese lugar; su historia en nada se parecía a los lemas de Luz de Luna, no había otra mitad, solo esbozos de dibujos hechos con tierra que eran arrastrados a la extinción cuando llovía, instantes que de ningún modo se eternizarían, porque formaban parte del espejismo. 

Mientras pensaba en todo esto, se dio cuenta de que su piel supuraba tinta; caía de sus dedos gota a gota. Eran todas las palabras que nunca habían encontrado el momento o el lugar. Eran sus lágrimas. Verdriet se limpió la cara con el dorso de la mano, retirándolas de sus ojos, y solo entonces vio el resplandor de su estrella. A lo mejor estaba allí desde hacía mucho tiempo y no la había visto. Sonrió, por primera vez en mucho tiempo. La sonrisa le fue devuelta.

Probablemente necesitaba deshacerse de toda esa tinta que empañaba el entorno para darse cuenta de que la estrella fugaz había aterrizado hacía mucho tiempo…


© Némesis Fuster. Todos los derechos reservados.

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