A veces las personas mienten, pero no lo hacen a propósito, porque incluso se mienten a sí mismas. O tal vez conozcan la verdad y la sepan tan frágil que quieren guarecerla manteniendo un decorado alrededor al que no le afecten los cambios estacionales. Proteger esa verdad del invierno, de las tormentas y de los torrentes de emociones.
No siempre puede ser primavera. Es imposible esconderse eternamente.
Por eso buscar sus pasos es una tarea tan compleja, y es que en alguna parte permanecen vivos, pero se han vuelto tan sigilosos como tu obstinación.
Puedes gritarle, pero no te escucha tras el escaparate en el que permanece. Solo cuando haces ademán de comprobar cuán grueso es «¿Le llegará la reverberación si lo golpeo con fuerza?», te percatas de que es meramente expositorio, tan quebradizo como la escarcha.
Su disfraz se disuelve ante tus ojos. Parece vacilar. Su cuerpo tiembla, pero todos los allí presentes no se dan cuenta. Tu presencia es ácido y la escarcha debe ser hielo.
La voz te falla cuando quieres preguntarle sus razones, así que te alejas.
La intensidad de su música te envuelve. Oteas aquí y allá buscando de dónde pudo surgir.
No se han pulido todos los rincones de los escenarios en los que ha cantado. Cuando acaricias los recovecos, sin prisa, percibes cada una de las letras de sus canciones con exactitud, acompañadas en ocasiones de astillas.
Las manifestaciones supuran, la verdad de quién es adquiere diferentes formas. El sentido de su existencia toma relieve y el influjo de sus acciones le susurra a cada una de ellas qué decir.
Un Frankenstein hecho con cien relatos se alza y se dirige hacia el escaparate. Entonces se gira y lo ve. No es necesario hablar ni escuchar.
Una lágrima desciende con lentitud hasta caer al suelo, sorteando todos los obstáculos, hasta que desfallece. Solo la han visto ellos dos. El tiempo se ha detenido.
© Némesis Fuster. Todos los derechos reservados. Art by Ethel Spowers, ‘The staircase window’. Thinking of Gay Talese, ‘Frank Sinatra Has a Cold’.