En la aldea todos estaban muy preocupados. Siempre había imperado la calma y no solía acontecerse ningún suceso extraordinario, pero entonces Lenore, que era alegre y risueña, perdió el corazón.
¿Cómo y por qué pasó?
Nadie lo sabía.
Se envolvió en el frío glacial que tan bien conocía. Si permanecía allí no pondría en juego sus ilusiones y esperanzas, todo resultaría más fácil.
Y se olvidó.
Decían que buscaba con la mirada algo que no estaba allí, pero era un detalle imperceptible. Ella estaba convencida de que el amor había desaparecido. No sabía que aguardaba, dormido.
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Tres días después se volvió de color azul.
Al quinto cuanto tocaba también se volvía azul.
A la semana solamente podía comer alimentos azules, lo que supuso una faena porque no existía mucha variedad de este color. Tuvieron que teñir manzanas y limones.
La aldea entera se volvió azul y terminaron aceptándolo, aunque fuera extraño.
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En el silencio de Lenore había un día a día ajetreado en el que no se detenía a pensar en las montañas lejanas donde había dejado el corazón.
Escuchó un dicho que decía «Ojos que no ven, corazón que no siente», por eso se lo arrancó.
«Volveré a buscarlo más adelante, cuando haya pasado suficiente tiempo y los recuerdos se vuelvan borrosos», resolvió.
En su lejanía azulada su corazón le hablaba, pero tenía tanta fortaleza que era capaz de ignorarlo. ¿Qué importaba si seguía siendo azul o si a veces recordaba aquella fábula con nostalgia, pensando que sería imposible vivirla?
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Mientras tanto, el corazón también se encontraba muy ocupado realizando labores de corazones, haciendo de mensajero entre quien se encontraba dentro de él, y ella. Se escribían cartas donde no se decían nada y él iba de un lado a otro transportándolas. Le habría gustado saber que en alguna parte se encontraba Lenore, pero tras un último intento de acercamiento ella le respondió con frases azules.
Realmente no había mucho que decir por carta.
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Lenore no volvió a recibir noticias suyas, así que decidió que visitaría al corazón. Pero cuando llegó vio que ya no estaba donde lo dejó.
Rebuscó alrededor y encontró una nota que decía: «Si quieres volver a reunirte con tu corazón, pronuncia los nombres de los ocho planetas del sistema solar delante de un espejo tras escribirlos en un papiro. Posdata: para que el encantamiento funcione tendrás que cerrar los ojos, porque el viaje será largo».
Este encantamiento era una práctica muy común por aquellas tierras, que servía para que quienes no tenían acceso a teléfonos y ordenadores pudieran comunicarse.
Cuando llegó a su casa guardó la nota en un cofre secreto y se dispuso a asistir a una de las nuevas fiestas azules de la aldea.
Ya se había marchado cuando decidió regresar.
—Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno, Plutón—, pronunció con los ojos cerrados, apretando el papiro.
Y así fue como Lenore y su corazón se reencontraron (y cómo la aldea dejó de ser azul).
Se trasladaron a un lugar entre el sueño y el tiempo, donde la única música que escucharon fue la de un sentimiento compartido que respiró una vez, en algún momento, cerca del sol…
© Némesis Fuster. Todos los derechos reservados.