Los límites de Amsara

Amsara era una aldea muy acogedora a la que solamente podían llegar las almas perdidas. Aquellas que habían olvidado su camino, no sabían cómo forjar su destino, o bien las que lo conocían, pero preferían hacerlo sin compañía. Aunque últimamente también podía verse a algunas que querían encontrar a alguien especial, pero cuando lo hacían salían huyendo. Tal vez porque no creían que existiera realmente o quizás pensaban no merecerla.

Eran muchos los motivos que llevaban a alguien a querer ir a Amsara, lo que resultaba curioso porque nadie sabía con exactitud qué había allí. Lo único que debía hacerse era firmar un contrato con una cláusula que decía que solo vivirías el momento, sin concesiones de futuro. Por eso el mantra de esta aldea era ‘Déjate fluir’.

En cuanto llegabas podías sentir la libertad que el suelo y los alrededores provocaban. Un cartel de bienvenida irradiaba calidez. Las luces de neón se perdían en callejones oscuros que llevaban a lugares luminosos secretos. Nunca eran los mismos y a veces incluso eran diferentes para dos personas que entraban a la vez.

Una mirada compartida llevó a dos almas a revelar un momento que no se detendría pronto. Hacía mucho que él había reparado en su presencia. Ella no lo había visto hasta entonces y cuando lo hizo pensó que definía a la perfección la esencia de Amsara, era una sensación acusada por susurros que le decían que solo sería un instante en su vida. Y él estaba de acuerdo, aunque su actitud no iba en la misma sintonía siempre: en ocasiones, durante milésimas de segundos, la imaginaba a su lado. El techo y los muros de su habitación se derretían, soñaba con canciones que no le cantaría.

En cuanto a ella, seguía a rajatabla lo que había firmado, excepto una ocasión en la que quiso pedirle un beso de buenas noches. La petición no llegó a salir de sus labios. Aunque más tarde le diría que estuvo a punto de hacerlo. Si no hay mañana y solo un quizá que no iba a materializarse no se lo diría.

Las emociones son complicadas. Él se preguntaba por qué no se entregaba o por qué le mostraba tanta frialdad. Y es que los dos eran plenamente conscientes del contrato, pero mientras que a él le parecía bien entregarse al instante poniendo parte de su corazón sobre la mesa, a ella no. No quería jugar. Tenía límites que no iba a cruzar y el más importante era que no iba a sentir. Eran los límites de Amsara. Los tendría presentes siempre que caminaran por sus inmediaciones. ¿Quién sabe si hubieran podido soñar el uno con el otro? O a lo mejor nunca habría sido posible que hubiera un latido compartido.

Nunca lo sabrían si seguían allí.

Estaba prohibido conversar de manera sensata.  

Cuando pasó el tiempo Amsara se hizo cada vez más y más pequeña. Cada día era igual al anterior. Solo cuando te dabas cuenta podías ver a todas esas almas subidas a un tiovivo que no paraba de dar vueltas. Si viajabas sobre uno de esos caballos de madera o no, no lo sabrías hasta entonces, hasta que despertaras. Y cuando lo supieras sentirías el malestar, la congoja, el desaliento. Es lo que le sucedió a ella, cuando bajó del tiovivo y él la miró, subido a su caballo, sin entender por qué lo había hecho.


© Némesis Fuster. Todos los derechos reservados. Art by Nellista, ‘Merry Land’.

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